
Un pequeño experimento que consiste en traducir algunos de mis cuentos al idioma que más me gusta, con el objetivo de llegar a nuevos lectores.
ROMANCE DE AMOR
'Deja de mirarme'. Pienso, mientras deseo que no deje de hacerlo. 'Deja de tocarme.' Murmuro, mientras siento sus dedos como brasas en mi piel ardiente, y quisiera que se metieran de nuevo ahí, justo donde a veces duele más. 'No me beses.' Quisiera decirle, mientras podría girar la cabeza, pero no lo hago, me quedo ahí, inmóvil y quieta. Y él me mira, me toca y me besa. Me moja con su sudor que cae en pequeñas gotas de su frente sobre mi cuello y mi pecho. Se viene dentro de mí, y lo siento cálido entre mis muslos, y me limpio con el pañuelo, el mismo de siempre. Luego me siento y bajo del coche, me subo los pantalones que ya me empezaban a apretar abajo, enrollados hasta los tobillos.
¿Qué estoy haciendo?
'Te estás echando a perder.' Mi madre siempre me señalaba con el dedo y luego me daba un golpecito en el hombro para que su advertencia fuera más efectiva. Y yo retrocedía porque ese dedo encima no lo quería.
'Te estás echando a perder.' Me decía con esa mueca horrible y el cigarrillo en la comisura de los labios, deformados en una expresión desagradable. Y era verdad. Me he echado a perder tantas veces que ya ni siquiera tengo valor.
¿Cuánto cobras? ¿Tú, cuánto me puedes dar? ¿Cuánto valgo?
Ya no valgo nada.
Me gusta lo que hago porque me hace sentir bellísima. A veces duele, depende de él: si es amable o si me trata como un trapo para exprimir y limpiar la culpa de una traición. Me gusta lo que hago porque siempre tengo algo de dinero en el bolsillo, y me sirve para comprarme el pintalabios que me queda bien o a veces un libro. Quizás una novela de amor, de esas con la tapa rosa. Y me siento en mi murito con aire chic mientras leo y espero a que alguien me llame. Entonces hago una mueca como si me hubieran interrumpido en mi actividad de chica normal y digo: «¿Sí?». Como si no supiera por qué me llaman. Me levanto y camino hacia el coche, y hasta sonrío. «¿Sí?» Pregunto otra vez y tengo en la cara esa expresión de tonta que me gusta de mí cuando la practico frente al espejo.
Ellos dicen cosas estúpidas, tipo: «Venga, culito lindo, no te hagas la zorra y sube». O: «Mira, mira. Una puta que sabe leer». Pero yo finjo no escuchar y me imagino que son amables conmigo, y tal vez me preguntan «¿Qué estabas leyendo?»
Una vez conocí a uno que fue realmente bueno y me dejó mucho dinero, más de lo que gano a veces en una semana. Luego me dio su tarjeta de visita, que era muy elegante y hasta perfumada. Me dijo: «Guárdala, y si te metes en líos, llámame». Que quizá es lo más bonito que me hayan dicho nunca. Yo me armé de valor y le pregunté: «¿Te gustaría que nos viéramos mañana por la noche?» Y él me respondió que sí, que volvería a buscarme y daríamos un paseo por el malecón. Entonces, al día siguiente, estaba nerviosa como una niña y sentía mariposas en el estómago. Me duché en casa de mi vecina, que tiene agua corriente y a veces me deja usarla. Me lavé el pelo, que quedó tan suave que me imaginaba las manos de él, acariciándomelo y diciéndome: «Qué bien huele». Y mi vecina, que ya está casi vieja y sabe muchas cosas, me recomendó: «Ten cuidado ahí fuera, y no te metas en líos». Y yo no tenía intención de meterme en líos, que no soy tonta. Luego pasó que ese coche se acercó, y era un tipo que a veces pasa por ahí y me gritó por la ventana: «Sube». Pero le expliqué que no podía, y él: «Me importa un carajo, sube». Entonces le dije que tenía una cita de amor con mi novio, y hasta me puse a bailar en medio de la calle de lo feliz que estaba al escuchar esas palabras, como si las dijera alguien más por mí. Pero tal vez él no entendió bien y me gritó de nuevo: «Maldita zorra, sube o voy a buscarte». Y de verdad vino. Bajó del coche con los ojos como un demonio y me agarró del pelo, ese que había arreglado tan bien. Yo no quería, pero él me tiraba, y no entendía que realmente tenía una cita con mi novio. Intenté enseñarle la tarjeta de visita, pero me la arrancó de las manos y la tiró por la ventana.
Cuando me devolvió al murito estaba tan mal que ya no podía ir a la cita. Y además, perdía tanta sangre por detrás que tuve que ir a una farmacia, pero me preguntaron enseguida si tenía dinero, y yo no lo tenía porque no lograba encontrar mi bolso. Así que me fui a casa y usé un poco de agua fría de la botella, que en algunos casos sirve igual.
Cuando la vecina vino a verme con su hija, quería saber cómo me había ido con mi novio, pero yo no me sentía bien, y no logré bajar de la cama ni abrir la puerta que había cerrado con llave porque tenía miedo de que él volviera a buscarme. «Bajo luego», le grité desde mi cuarto. «Es que ahora estoy ocupada».
Desde que me siento mejor, he vuelto al murito, con la novela de amor en mi bolso nuevo. Me siento y espero a que mi novio vuelva a buscarme. Estoy segura de que estará preocupado, preguntándose qué me pasó esa noche y por qué no lo llamo, si me dejó su número, pero lo perdí por la ventana de ese coche, y no sé cómo hacer para recuperarlo.
Hace unos días llegó una chica nueva, una mulata de ojos grandes. La miro y quisiera intercambiar unas palabras con ella, pero finge no oírme. Tal vez es una de esas que no confía mucho. Quizás un día le diga que el murito no es lugar para chicas jóvenes, y que tal vez mi madre tenía razón, aunque me señalara con el dedo y me molestara. Quizás ella tenía razón y existe otra manera, aunque parece tan difícil de encontrar.
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